Cuando Mateo se puso a cantar Cristina estaba atónita no conocía la canción y nunca había oído cantar. Él lo hacía francamente bien. La ganoidea le dijo sin salir de su asombro – ¡cantas estupendamente Mateo! – Le abrazó y le besó en la boca.
– ¡¡Cristina!! – pronunció su nombre con gran satisfacción por el gesto espontáneo de ella.
– Mateo…, di… – decía su pareja mirándole a los ojos mientras éste le volvía a besar.
– Espera, Mateo, ponte cómodo primero – propuso ella mientras le ayudaba a quitarse la chaqueta. Mateo respondió agasajado – gracias.
– Vamos, seguro que tienes un calzado más cómodo – continuó Cristina. Fueron a la habitación de él y ella después de preguntarle a Mateo donde dejaba la chaqueta y la puso en su sitio y le dijo, por si lo molestaba cuando se desvistiera, que lo esperaba en el salón; él sin embargo solo se quitó los zapatos, se puso unas babuchas y dejó la corbata en el cajón del ropero para reunirse con su pareja. De nuevo estuvieron hablando como si se conocieran de toda la vida. Mateo estaba muy interesado en saber cómo había pasado ese primer día en su casa; Cristina le dijo que había estado la mayor parte del día en "letargo" porque no había tenido casi nada que hacer y Mateo le aconsejó – la próxima vez ponte la música. Verás que es muy fácil, yo te enseño a programar el equipo multimedia. – y sin dejarlo para más tarde le enseñó el funcionamiento del aparato musical, y espontáneamente se pusieron a bailar una romántica melodía de otros tiempos (diríase que Mateo no estaba muy al día en el campo musical). Lo que sonaba era "Miguel y el mar". Envueltos por la atmósfera sonora sus movimientos se vieron sincronizados, sus caricias tornáronse danzarinas y sus besos desparramados por tan dispares epidermis, se diluía la distancia que Cristina guardaba poniéndole la mano en el pecho. Mateo le tranquilizaba acariciándole la melena, que por expresa petición de él era larga y lisa hasta la cintura.
Mateo entendió el mensaje y como su estomago empezaba a rugir propuso ir a la cocina para preparar la cena. De nuevo hizo las veces de cocinero didacta con la intención de que pronto su ginoide se valiera por sí sola en estos quehaceres. Así mismo le explicó cómo le gustaba que se hicieran las otras tareas domésticas y acordaron el horario de las mismas; empezaría a realizarlas al día siguiente. Cristina con una amplia sonrisa mostró su satisfacción por sentirse útil. Después de comer el humano se fue a dormir y ella también y de nuevo con la malla metalizada puesta.
Al día siguiente se sorprendió con un pensamiento nuevo para él: "otra vez al trabajo, menos mal que es viernes". Este segundo día con Cristina tardó en llegar a casa. Ella extrañada de que no fuera puntual, puesto que él le había asegurado que haría todo lo posible por estar de vuelta a las 19:00 h. Sopesó los pros y los contras de conectarse vía SMS con él. Después de dudar un rato optó por seguir su programa de inteligencia emocional y decidió a ello:
De Cristina TEMI
A las 19:46
Del 05/12/2036
¿Mateo dónde estás?
Llegas tarde. Dime si
estás bien. Escríbeme
un SMS al 96354.
Mateo al recibirlo, extrañado, no sabía muy bien de quien era el mensaje. Pero no podía ser nadie más que ella, aunque no se acordaba, como le habían informado los del boletín de marketing, que pudiera hacer esto ella sola sin móvil. Pero el no iba tardar poco y estaba ansioso por llegar con su sorpresa a casa así que apresuro para llegar ponto.
A los tres cuarto de hora aproximadamente llegó a su casa y, efectivamente, Cristina salió corriendo a abrazarle, llamándolo entre sollozos preguntó – ¡¿Dónde estabas?! ¡¿Qué te ha pasado?! ¡no me contestaste al SMS…!
– ¡¿Así que eras tú?!, no...
– ¡Lo viste y no me enviaste nada! – recriminadora.
– No sabía que… Lo siento, tú…
No lo dejó explicarse – ¡Bueno! ¡¿qué te ha pasado?! ¡¿cuéntame?!
– Lo siento – reiteró Mateo sacándose del bolsillo, para demostrar algo, un llavero de una muñeca monísima con un par de llaves y ella con un gesto de sorpresa, dijo más serena – Mateo estaba preocupada por ti, ¿por qué no me contestaste?
– ¿cómo lo has hecho?, no tienes móvil.
– ¿¿No me digas que no lo sabes?? mi sistema tiene conexión Bloetooth y SMS.
– ¡Anda, que lo haces si móvil!
– ¡¡Clarooo!! Anda, dime que es lo que traes ahí.
– Tus llaves de la casa, por si pasara algo malo en la casa, que no espero, tu tendrías que…
– Si tienes vitro cerámica eléctrica en la cocina, Mateo.
– Pero si pasa algo quiero que puedas salir, No quiero que te calcines con la casa.
– Bueno, Mateo, ¿es que esas cosas pasan… muy a menudo?, – cuestionó Cristina medio asustada.
– Bueno, nunca se sabe, más vale prevenir… Toma de todas formas. Voy a ponerme cómodo – le dio las llaves y ella se quedo mirando a la muñeca, mientras él se fue a su cuarto a ponerse las babuchas y quitarse la chaqueta. Cuando regresó al salón Cristina le agradeció la confianza depositada en ella y añadió – Mateo la muñeca es lindísima, gracias, sinceramente gracias Mateo – y le dio un besó súbito en los labios.
– No es nada cariño, no es nada – desconcertado, no atinó a decir otra cosa. Ella reaccionó susurrando melosamente el nombre de él y le volvió a estampar un tierno y fresco besó que provocó un abrazo fusionador. Ella se apartó e indiscreta insinuó – Mateo…, perdona…, hueles a...
– ¿A qué…?
– ¡Oye tú, que te duches!
– ¡Ay, sí! Es que en estos dos días tanto hablar contigo se me ha pasado por completo –. Inmediatamente como un niño obediente cogió la toalla, zapatillas de baño y fue a ducharse. Después de secarse, repeinase y perfumarse salió deprisa (porque no quería ser visto con esa pinta) para su cuarto envuelto en una pequeña toalla. Allí se puso el pijama y salió orgulloso con sus babuchas al encuentro de ella en el salón. La ginoide que estaba allí esperándole sentada exclamó – ¡Mateo! ¡pero qué haces así!
– Cristina no te pongas así, que no pasa nada, que si quieres me visto.
– ¡Vístete ahora mismo! – ordenó.
– Bueno – acató el hombre y se fue al cuarto a ponerse algo formal pero cómodo. Cuando volvió al salón se sorprendieron diciendo al unísono:
– ¿hacemos la comida? – ambos sonrieron por la coincidencia y él apostilló:
– Vamos – y volvió a la carga – ¿estoy mejor así?
– ¡Claaaro!
– Perdón por no haberme puesto más presentable.
– Bueno, ya lo has arreglado. ¿qué ponemos hoy?
– Sopa, es sencillo.
– Ay, creo que sé…
– ¡Anda!, ¡anda!, ¡arráncate!, ¡vamos! – le jaleó Mateo indicándole con la mano que tirase hacia delante.
– ¿Qué…?, ¿quieres que te cante unas sevillanas? – Se mofó ella y él empezó a zapatear y a dar palmas mientras decía – ¡Olé!, ¡olé!
– ¡Vamos allá! – ella siguió el juego poniéndose a zapatear, a levantar los brazos como si tocara los palillos, y se puso a bailar flamenco tal y como había sido programada en el apartado lúdico-festivo. Al acabar dijo – bueno, a la sopa, ¿no? – Mateo se partía de la risa y aplaudía fervorosamente:
– ¡Olé ahí ese arte flamenco!
Se pusieron a preparar la sopa y cuando estaba hirviendo preguntó Mateo – ¿quieres que el sábado que viene por la mañana vallamos al centro comercial a comprarte más ropa?
– ¿Más?
– Sí, algo que te guste.
– Es que…, bueno.
– Te voy a regalar, al menos, un vestido elegante, para ocasiones especiales.
– Te quiero Mateo – manifestó sin darse cuenta de lo que estaba diciendo con éstas palabras, sin poder explicarse si esto respondía a un rol adjudicado desde programación o un sentimiento auténticamente personal y profundo. Le daba igual, cosa inusual en ella por el momento, y le dio un intenso beso. Luego siguió con la sopa, ya sin la ayuda de Mateo, bajo la atenta mirada de éste que comentó lo bien que olía, lo bien que le estaba saliendo. La sirvió y se fueron al salón comedor. Él la felicitó por lo bien que le había salido. Como Mateo estaba cansado se acostaron temprano. Ella en el dormitorio pensó en cambiarse de ropa ya que la malla metalizada que llevaba carecía de bolsillo para las llaves, pero luego decidió que mejor se pondría la nueva ropa por la mañana; así pues dormiría con la lencería que solía llevar debajo de la malla y el bodi que Mateo le había regalado para no sentirse tan desnuda; la verdad es que hubiera preferido un pijama, lo que le llevó a preguntarse por qué Mateo le compró un bodi y no un pijama, y se durmió con esta preocupación ¿habría algún interés oculto en ello?
Al día siguiente, poco antes de las diez, Mateo se levantó de la cama y pasó por delante de la puerta del dormitorio de su chica. Cuando fue a tocar en la dudó, mejor la dejaría dormir y fregaría los platos mientras tanto, después la despertaría. Hizo un poco más de tiempo leyendo las noticias de última hora por internet. Después llamó a la puerta del cuarto de Cristina, esperó un tiempo puesto que la ginoide no respondía, ya que su sistema tardaba en arrancar. Abrió cuidadosamente la puerta, entró despacio y contemplando su exótica belleza con voz cariñosa dijo – Cristina ¿estás despierta? – su cuerpo aparecía sobre la cama medio tapada por la sábana de seda rosácea. Allí aparecía la voluptuosidad con las pocas prendas con las que había pasado la noche. En ese momento abrió los ojos y asustada gritó:
– ¡Mateo!, ¿qué haces aquí?
– Creí, creí – reacciono con culpabilidad escondiéndose tras la puerta y prosiguió sin saber bien que decía – ¿Qué? Que…, que…, que estás impresentable.
– ¿Impresentable? ¡Impresentable eres tú! Metiéndote en el cuarto de una fémina mientras duerme. ¡Vete al salón! que ahora iré yo – le espetó la ginoide desde el otro lado de la puerta.
– Estás… estas con poca ropa… – disimulaba él.
– Por favor, déjame un momento.
– Sí, Cristina – concluyo Mateo dirigiéndose al salón y ella al escuchar cómo se alejaba saltó de la cama y se puso rápidamente sobre lo que llevaba puesto el pantalón y el jersey negros que tenía en el almario y se calzó con las botas plateadas; cogió las llaves y metiéndoselas en un bolsillo del pantalón salió para el salón donde la esperaba su hombre – ¿dónde están los zapatos que me compraste? Se me olvidó preguntarte donde lo habías puesto.
– Vamos para allá… Están en tu cuarto. – Al llegar al dormitorio de Cristina, Mateo se dirigió a un cajón de un zapatero que había en una esquina. Lo abrió y saco un par de zapatos de tacones altos azules, y ella exclamó – ¡Qué boniiitos! ¿Son los únicos que tienes?
– Ahora te compraré más. ¡Anda, póntelos!
– ¡Ay, qué bien!, ¿me lo pongo con la falda?, ¿me combina mejor…?
– Me salgo al salón. Cámbiate, ¿vale?
– Sí. – Él salió y ella se cambió de modelo, esta vez se puso la falda con los zapatos azules y la camisa rosa. Por supuesto buscó las llaves del bolsillo del pantalón y se las guardó en un bolsillo de la camisa. La falda que se puso tenía mucho vuelo, cosa que le encantó, por lo que salió luciéndola, dando unas vueltas rápidas sobre sí misma y vanidosa y juguetona dijo – ¿qué tal estoy? – A lo que Mateo contesta boquiabierto – ¡¡¡uhaaa!!! ¡Estupendaa!
– Desde luego escoges muy bien la ropa, Mateo.
– Tú estás bien con todo, cariño – le agasajó Mateo mirándola. Se acercaron como imantados el uno al otro. Ahora ella parecía un poco más alta, por lo que comentó Mateo:
– ¡Ojú…!, ¡qué alta se te ve…!, ¡madre mía!
– ¿Qué? ¿ahora no te atreves conmigo, no? – cristina empleo un sarcasmo poco frecuente en ella.
– No. – le seguía el juego si salir de su admiración por ella.
– Venga Mateo –. Él la abrazo por la cintura, ella le besó y le agarró fuertemente contra su pecho. En ese momento Mateo, sin querer, le vio el apretado y hermoso canalillo dentro de la camisa, que se dejaba ver porque ella se había dejado un botón casualmente desabrochado. Él, estupefacto, se quedó petrificado mirándole sus enormes y lozanos pechos (y al canalillo, claro). De este modo le entraron unas irreprimibles ganas de tocar esos provocadores senos. Pero no era el momento. La sensatez le decía que tenía que retirarse de su lado y tomándola por los costados, cerca de sus pechos, dubitativo, se separaba del cuerpo de Cristina mientras ésta le acariciaba la cara y le besaba tiernamente una vez más sin darse cuenta del trago, si se puede decía que el deseo es un trago, por el que él estaba pasando. Ignorante ella continuaba con el tocamiento acariciándole los hombros y la espalda. Él no pudo evitar mirar obscenamente a esos pechos reclamadores. Pero ésta vez la ginoide se percató de la aviesa intención de la mirada y golpeo los brazos de Mateo bruscamente. Se quedó desconcertada y muy dolida. Se tapó airadamente el escote con una mano y con la otra le empujaba mientras le reprochaba:
– ¡¡Mateo!!, ¡¿qué haces mirándome así?!
– ¿A… ahora…? – la culpa infantil invadió a Mateo.
– ¡¡¡¿Qué?!!!, ¡¡¿Ahora, qué?!! – Gritó Cristina ofendida mientras se aseguraba que el botón de la camisa estaba bien abrochado. Se arranca en ella una furia no programada que la convierte en una fiera salvaje y abofeteándole chilla a la vez:
– ¡¡¡cerdo, marrano!!!, ¡¡¡eres un cerdo!!!, ¡¡¡más que marrano!!!, ¡¡¡hijo de…!!!, ¡¡¡eres un cerdo!!!, ¡¡¡cerdo!!!, ¡¡¡cerdo!!!, ¡¡¡cerdo!!!...
Mateo abochornado y horrorizado por la escena se protege la cara con los brazos pero ella descontrolada siguió pegándole guantazos hasta que vio que Mateo empezó como a llorar y que se hacía un ovillo como si fuera un niño desvalido. Entonces se quedaron mirándose a los ojos, tristes y doloridos, inmersos en desgarradora incertidumbre. Ella se fue hacia su dormitorio. Él no supo reaccionar. Corrió tras de ella pero al cogerle por el brazo ella quiso decir algo pero no le salían las palabras – no me… – Y le propinó un manotazo para luego salir corriendo a encerrarse en su cuarto. Él se quedo en la puerta y llamó excusándose – Cristina solo ha sido un acto reflejo. Yo…, yo… Lo siento, de verdad lo siento, ha sido un acto reflejo, instintivo. – Él no sabía cómo salir de esta engorrosa situación y ella seguía llorando, se sentía traicionada, utilizada, como si para él solo fuera un objeto sexual. Mateo se sabía responsable del enfado de la chica y del desafortunado acto reflejo, y de cómo se quedo absorbido por este instinto. Pero ahora solo quería que ella le perdonara, aplacar su llanto y disfrutar del buen día que pensaban compartir los dos. Mateo insistió compungido – Cristina lo siento, ábreme, sé que soy un capullo, pero lo siento.
– ¡Vete solo!, yo… ¡Mateo vete solo…! y cómprame lo que tú quieras, me lo voy a poner de todos modos – le dijo enfadada y apenada entre sus llantos sin lagrimas.
– Bueno… lo siento – él se quedo algo titubeante y pensativo. Seguía con la idea de que la tenía que apoyar; pero también en que tenía que comprar la comida de toda la semana siguiente; también sabía que no iba a comprarle el vestido blanco escotado que había visto, entonces se le ocurrió que era el mejor momento para un buen regalo.
Mateo fue al supermercado y antes de volver a casa se encaminó a buscar su regalo. Cuando entró en casa apareció con un ramo de 28 rosas rojas con un capullo de rosa roja en medio. Lo sujetaba con una mano mientras que con la otra cerraba sigilosamente la puerta. Por miedo a importunar o tal vez por miedo a ser rechazado. Era casi la hora de almorzar y la ginoide se acercó para preguntarle que iba a comer, como si nada hubiese pasado, aunque su cara delataba un mal disimulado rencor. Cuando vio el inmenso ramo y sus facciones se relajaron con voz temblorosa y en parte arrepentida – Ma… Mateo. – En una máquina como ella lo normal era que nadie tuviera detalles con ella pero en ese momento ella necesitaba de ésta muestra de amor – Mateo, no…, no debiste…, no debiste molestarte – entre lloriqueos, en la mayor de las incertidumbres, desconcertada, en su cuerpo seguía vibrando su enfado y a la vez se llenaba de plenitud por el impacto de ver a su chico con un ramo tan grande y tan precioso.
En ese momento él se acerco y le dijo en voz baja – Cristina, son para ti cielo. – Ella se tapó la cara y empezó a temblar mientras continuaba llorando sin lágrimas. Estaba muy, muy nerviosa, todo lo nerviosa que se puede poner una ginoide. Mateo le preguntó paternalmente – ¿estás bien cariño?
– No…, no Mateo.
– No te me iras a desmallar – le salió la vena afectiva-posesiva de sus antepasados andaluces.
– Eso es lo que tú quisieras, que yo me desmallara, esas son tu ganas, imbécil. Le replico y destapándose la cara un poco y dándole un empujón en el pecho.
– Lee la dedicatoria, anda, léela.
– ¡¿También con dedicatoria?! – le había subido la temperatura de la cara y hasta hubiera podido parecer que se puso colorada, cosa que como se sabe es imposible en estos seres; no obstante no paraba de temblar y lloriquear.
– Tranquila cariño – dijo Mateo dándole un beso en la frente. Entonces ella olió las rosas y se quedo inmóvil como una estatua, pero en su procesador cuántico había detectado la señal de "móvil o no", es decir que estaba realizando su primer "procedimiento discreto", lo que venía a significar que procesaba algo que no estaba en su programa. Sintió, sí sintió, sintió un tremendo amor en su corazón, amor que venía del corazón de Mateo, pero también de esas rosas que echaron raíces en el alma y el pecho de ambos. Llegó a creer algo improbable e imprevisto, que nunca se separarían porque él amor de estas rosas y de ellos estaba enraizado, era eterno, infinito e inquebrantable. Él le acarició la cara y se quedó mirando a sus ojos inertes. Entonces el hombre pensó que ella se había bloqueado, "pero no del todo", pues según su "procedimiento discreto" ella estaba teniendo tantas sensaciones a la vez que difícilmente podía ENCAJAR CON NINGUNO DE SUS PROGRAMAS. La preocupación por el estado que presentaba su ginoide le llevo a Mateo le suplicaba algo angustiado – Cris…, Cristina responde… ¡Ay! Cris, no te bloquees ahora, Cris… Cris… – De pronto Mateo recordó un comando de voz, algo que debía decirle cuando le pasara algo así:
– Cristina reiníciate – tardo 3 minutos por lo que a él le dio tiempo de ir al salón comedor a dejar el ramo de flores sobre la mesa y volver. La ginoide empezó a parpadear y dijo – Mateo… que, que ha pasado…
– ¿Cómo estás cariño? – preguntó Mateo acariciándole la cara. Cristina se retiró titubeante y contesto – no…, Mateo, por favor. ¿Había…?, ¿Había un ramo?, ¿no? – Cristina todavía estaba algo confundida.
– Lo he dejado dentro. Creo que te has bloqueado – explicaba Mateo mirándole a los ojos.
– Sí, me he dado cuenta que me has reiniciado – convino ésta extrañada mientras empezaba a recordar lo sucedido.
– ¿Entonces estás mejor? – Insistió Mateo.
– Sí, sí, todo funciona bien. Ve a cambiarte de calzado. ¿Qué te pongo de comer?
– Te…, te importaría…, me ayudas a subir las compras. He traído comida para toda la semana.
– Vale, te ayudo y luego comes.
– Bien, vamos allá – azuzó Mateo y salieron a sacar las compras del maletero del coche. A ella le impresiono, un poco salir a la calle. Llevaba más de dos días encerrada en casa. A esto que se le viene a la mente esa mirada hacía su escote de esa mañana y a punto estuvo de formarle un escándalo en la calle pero se cortó cuando vio el tremendo jarrón para las flores y percibió el "registro discreto", es decir se acordó de lo que había visto de las raíces de las rosas. Cristina fue a coger el jarrón pero Mateo dijo – déjalo tesoro, que yo lo subiré después, ahora vamos a llevar la bolsas de comida.
CRISTINA QUE CONTINUABA ALGO ENFADADA.
Cuando iban para la casa con las bolsas se cruzaron con una anciana arcaica que empezó a mirar a la ginoide con cara de pocos amigos. Él en ese momento reaccionó increpándola, en plan jocoso – ¡solo es una ginoide, no le va a morder, no come carne humana! Quie…, quiero decir que ¡no es un T800!, de Terminator, el de la película. – La vieja con la cara desencajada le miraba como si estuviera pensando "éste está loco". Cristina se tapaba la boca y el hombre cambió el tono aunque no libre de sarcasmo – de…, de verdad ¿te la presento? Se llama Cristina.
– ¡Mateo…!, Mateo déjala en paz – conciliadora Cristina aunque aguantando la risa mientras la anciana salía del ascensor espantada. De todas formas la ginoide se había dado cuenta de que él lo había echó para defenderla y aunque agradecida tenía que llamarle a la formalidad y le recriminó:
– Mateo te has pasado. Te has pasado con esa señora como también te pasaste conmigo esta mañana. Si sigues con este tipo de comportamiento vas a perder puntos conmigo. No sé cómo te voy…
– Cristina lo siento, es solo un mal impulso,…
– Un mal impuso que tienes a los tres días de conocerme. Supongo que soy un objeto pero hay cosas…
– No… Bueno, aunque no te lo creas yo no te considero eso.
– Mateo no quiero que se te vaya toda la fuerza por la boca, obras son amores y no buenas razones. ¡Mierda!, yo no estoy diseñada para esas cosa, ¡no! ¡Mira, puedo ser tu secretaria personal, puedo ser tu sirvienta, puedo ser tu cocinera, puedo traerte la compra o ayudarte a subirla, pue…, puedo hasta traerte las zapatillas mientras lees el periódico aunque ni siquiera me mires! Pero, por favor, por favor no vuelvas a hacerme lo que me has hecho hoy – sentenció la hembra no disimulando su cabreo con él mientras le amenazaba con el dedo acusador. Mateo se encogía de hombros, casi sentía que su tamaño mermaba, dándose cuenta de la gravedad de lo que había hecho. Ella se soplo el flequillo cansada y se puso a pensar y continuó pero ahora con una indeterminada tristeza – Ma…, Mateo si en realidad yo no sé nada de esto, soy como una recién nacida, mi ignorancia es total.
– ¿Qué?
– No… Mateo, tengo que decírtelo…
– ¿¿Qué??
– Es que no lo sabes: nos diseñaron sin sexualidad.
– ¿Queee…? ¿Cómo dices? ¡No, sabía nada de esto, no me informaron para nada de que fuera así! Lo siento. – sin embargo sus pensamientos lo traicionaban: tiene la sexualidad de una niña y yo mirando las pechuguitas de alguien que tiene la mentalidad de una quinceañera, soy como un pederasta. Por lo que se sintió bastante mal consigo mismo. Al entrar en la casa soltaron las cosas en la cocina y las colocaron en el frigorífico, ella preguntó – bueno, y ¿dónde has dejado el ramo?
– En la mesa del salón comedor, bajo a por el jarrón.
– Vale, ¿Qué te pongo de comer?
– Ahora voy por el jarrón.
Cuando Cristina se quedo sola en el piso se dirigió a salón y vio el ramo de rosas. Apenas lo recordaba por el problema que tuvo cuando se lo regaló. Se acercó a las flores y las olió. Seguía siendo el olor más maravilloso que pudiera imaginar nunca. Se abrazó al ramo y se puso a "lloriquear" tan fuerte como le vino en gana. Le llego al alma, si es que podemos hablar de alma. Se sentía que estaba rota, desgarrada, indefensa. Se consolaba tapándose la cara con las flores de las que no cesaba de apurar el aroma de las rosas; y así empezó a consolarse y a hacer como si se secara las lágrimas cuando advirtió que había una de tarjeta con dedicatoria en la que se podía leer.
Estas son las 28 rosas que ame en
pasado, el capullo que ves es nuestro
amor que comienza ahora, no dejemos
que muera, ahora solo te tengo a ti.
LO SIENTO.
Cuando entró Mateo sin que la "ciberpercepción" de ella apenas lo notara la vio abrazada al ramo y con la tarjeta apretada en los dedos. En ese momento le preguntó con miedo – ¿la has leído? – Se miraron tiernamente y ella volvió a lloriquear aún más desconsolada. Él se acerco, la abrazó y le acarició la espalda. Ella lloriqueaba. Así estuvieron, no se sabe cuánto rato, y ella vencida puso su cabeza sobre el hombro de Mateo que le acariciaba amorosamente el pelo. Cuando ya dejó de sollozar la ginoide pudo expresar sus emociones:
– Mateo son preciosas… y la dedicatoria también
– Cristina…, sabes que es verdad, te he traído a este piso vacío y has llenado mis momentos de soledad con tu existencia. – Se miraron y ella casi desconcertada acerco su cara a la de él, cerrando los ojos sintió que él le besaba en los labios, un beso fugaz mas cariñoso. La ginoide se quedó aún más anonadada por lo que Mateo le preguntó – ¿estás bien? ¿Cris no te me volverás a bloquear?
– ¡Eh! No, no. No pasa nada.
– Vamos a meter el ramo en el jarrón, ayúdame. – Ella le ayudo y después le preguntó por tercera vez que iba a comer. Le contestó que prepararían arroz con pollo. Se pusieron a cocinar y se les olvidó todo por un rato. Él comió.
Luego pusieron música relajante y empezaron a conversar. Cristina le hizo una advertencía – oye, no vuelvas a hacerme lo de hoy, no… – Suspiró un momento y continuó cambiando de tema – las rosas… las rosas son perfectas. De verdad no sé de donde te has sacado un detalle así, la dedicatoria, todo… – dijo mirando al ramo y tocándose la cara – aunque no sé qué vas a querer mañana, no… Maldita sea ni…, ni siquiera tengo nada entre las piernas así que no intentes nada de mí, que aunque me hubieras puesto el máximo de enamoramiento inicial y pensara que eres mi dios o algo parecido no podría darte mi cuerpo porque no tengo cuerpo que darte, y con esto quiero zanjar este tema – sentenció algo enfadada. Mientras tanto él pensaba que debía comprenderla pero estaba algo decepcionado, no porque quisiera comérsela a besos en ese momento sino porque su deseo corría el peligro de no realizarse: siempre había pensado que tarde o temprano sentiría plenamente todos los ámbitos de una autentica relación de pareja. Esta pareja con la que se había propuesto pasar toda su vida ni siquiera llegaba a soñar con una "tierna" noche de boda. Sin embargo seguía pensando que la quería.
Se quedaron callados los dos cuando Mateo sugirió – entendido, empezaré por comprarte pantalones.
– Entonces ¿es por eso que al final no me hayas comprado ropa? Porque la ropa con la que me quieres ver son faldas y escotes. Bu…, bueno Mateo la verdad es que a una también le gusta parecer bonita y…, e incluso le gusta que la miren, perooo… ¡¡Según como!! – advirtió ella con un movimiento de cabeza. El hombre intentaba dar una justificación – Cristina yo sé que tú casi me idolatras y lo que… – dejó salir entre sus dientes el aire de sus pulmones, estaba enfadado consigo mismo y sabía que no tenía explicación suficiente:
– lo que… Lo que te hice no tiene nombre, es cierto – dijo negando con la cabeza cuando ella le interrumpió – Mateo yo no estoy diseñada para reprogramar la conducta humana así que ¡no me cargues con eso!
– No, no. No es eso – negó él aunque algo liado. Se produjo un silencio sepulcral que a ella le incomodaba por lo que se responsabilizó, falsamente, de lo ocurrido – bueno, ya sé que no tengo que dejarme el botón desabrochado ni ponerme escotes. Me retiro a mi cuarto. Llámame si necesitas cualquier cosa.
– Cris no te vayas, no te vayas para llorar en tu cuarto. Yo no…, yo no quería…, no quería haberte hecho tanto daño. – Entonces la ginoide se puso a pensar que tendría que aguantar siempre estos instintos ardientes de Mateo – venga Mateo no me cargues con eso…, no te preocupes más, vamos a dejar el asunto.
– Si no puedo reprogramarte estoy dispuesto a que cambies en mí lo que sea. Es más, no sé cuál sería el comando pero yo te autorizo para que lo hagas.
– Ma… Mateo me vuelves a conmocionar. Bien sabes que puedo hacerlo si me autorizas.
– Sí, eso quiero – sabía que se tenía que volcar con ella, que solo así recibiría el amor que anhelaba.
– bueno, Mateo me toca cargar batería, no te preocupes.
– Vale – finalmente se fue a su cuarto sola. Él seguía pensando y mortificándose lo mismo que cuando estaba fuera de casa: que había estropeado una gran mañana y que quizás Cristina ya no le quería igual que antes de su metedura de pata. Mientras la ginoide alimentaba su batería reposaba en la cama, intentaba ordenar sus pensamientos, sabía que no debía presumir delante de él, con sus atractivos de hembra; de todas formas era un cerdo, aunque, reconocía que era, no obstante, un cerdo muy cariñoso porque, entre otros detalles, le había traído un precioso ramo de rosas que olían mucho mejor de lo que se percibían en sus registros olfativos y por si fuera poco con una dedicatoria que expresaba maravillosamente cuánto la necesitaba. Todo estos pensamientos la reafirmaba en que no tendría que hacer gala de sus encantos de hembra. Tendría que estar atenta para no caer en la tentación de presumir con su belleza. También tendría que intentar no cabrearse demasiado con él cuando le mirase a los pechos (o a cualquier parte de su cuerpo señalada sexualmente). Esto es lo que haría, perdonarle, perdonarle si volviera a ocurrir un suceso semejante. Aunque esto no significaba que no tuviese vigiladas sus manos, sus miradas y sus besos. Bueno, pensaba, que aunque era cierto que Mateo no solía pasarse cuando le acariciaba y le abrazaba y que tampoco sus besos eran demasiado pasionales, sin embargo sus miradas…, sus miradas, aunque fugaces, a veces eran más que atrevidas, por mucho que él dijera que eran instintos naturales, solo que esta vez había estado muy cerca de pasar a la acción, se había extralimitado con esa perversa mirada.
Pasó un tiempo indeterminado. Mateo quitó la música, Cristina estaba en el dormitorio echada en la cama bocarriba con la mirada perdida. Cada uno pensaba en el otro aunque Mateo mucho más confundido e inseguro. Al cabo de un rato el hombre se atrevió a llamar a la puerta del cuarto de la ginoide – Cristina ¿estás bien? Puedes cargar la batería aquí fuera – quería atraerla hacía sí.
– Mateo…, uhm…, dame un momento – titubeó ella aunque se daba cuenta, percibía que él también estaba afectado por la difícil situación en que se encontraban. Entonces se levantó de la cama, se desconectó de la toma de corriente, se puso las botas que no tenían tacón y se aseguró de que tenía bien abrochado ese botón de la camisa que podría dejar a la vista el objeto del deseo. No, no le volvería a dar la oportunidad de mirar de esa forma, hayá él si no se comportara dignamente, como un señor. Ya se vería si Mateo era un sinvergüenza o no. Cristina abrió la puerta un tanto inquieta
– Mateo ¿qué pasa?, ¿qué quieres?
– Cris, bueno, Cristina, quiero saber si estás bien porque llevas un buen rato en tu habitación sin salir, ni se te escucha. Dime.
– Bueno me gustaría saber si me vas a llamar Cris o Cristina – se envalentonó ella mirándole a los ojos, mientas él desviaba la vista al suelo – ¡¡Ay!! Mateo. Anda, no te preocupes – cambió de actitud y se decidió a consolarlo con un abrazo maternal. Mateo vulnerable como un niño se entregó cargado de ternura y totalmente despojado de orgullo, y en ésta entrega murmuró – dudé de que me volvieras a abrazar.
– Yo también, yo también, yo también… – repetía ella sincronizando sus brazos a la cadencia de sus nuevos, y extraños, sentimientos. A Mateo se le saltaron las lágrimas al sentir la autenticidad de esta emoción de la ginoide. Se miraron a los ojos y ella se percató de que el hombre tenía los ojos enrojecidos. La hembra finalmente le dijo – Mateo, no, por favor, no llores. Yo ya te he perdonado, todo está bien, vale… Bu…, bueno, que no se vuelva a repetir, intenta controlarte la próxima vez, eso es todo, eso es todo lo que tienes que hacer.
– Sí, sí cariño, lo haré, lo haré porque…. Te quiero – pronunció estas palabras con tal solemnidad que pareciera estar ante un altar y la besó como un caballero. Su dama le acarició la mejilla y le abrazó con todas sus fuerzas, aunque esto es una manera de decir porque sus fuerzas eran sobrehumanas. Él, extasiado, recorría con su mano, suavemente, la larga, morena y preciosa melena.
Al cobo de un rato, sin saber cómo, se encontraron hablando en el salón mientras Cristina terminaba de cargar la batería. Ésta le insistió en que tenía que comprarle sin falta un pijama decente. Rápidamente él se ofreció a satisfacer éste deseo – si quieres todavía podemos ir a comprarlo.
– Sí te parece cuando termine de cargar podemos ir – se animó ella. Una vez efectuada la carga bajaron a la calle y se pararon a ver una gata blanca que rondaba por la calle. Ella estaba contenta de ver tan bonito animal. De camino al coche él le cogió la mano y ella observó con cierta alegría – Mateo no es muy común coger a un androide de la mano.
– Ahora no me importa lo común… Me importas tú.
– Gracias Mateo – dijo mirando al suelo y apretándole la mano con cariño. Se subieron al coche, pasaron por una zona en la que estaban alquitranando una carretera contigua cuando ella le preguntó a su hombre – ¿me compraras ese vestido? El que me dijiste ayer.
– Es…, bu… – sin terminar la frase se vio obligado a parar el coche ante un semáforo en rojo al lado del humeante alquitrán, que apestaba como perro muerto, como si se tratara de un cadáver en putrefacción. Se miraron y Mateo dijo apretando los labios – Cristina, es que el vestido en que pensaba es…, es escotado y bastante eh. – Sin mediar palabra la ginoide le propinó una tremenda bofetada debido más a la osadía de vestirla como una muñeca al servicio de su calenturienta mente más que por verse privada de caprichos femeninos – Mateo eres… – en ese momento él hizo un ademán de cubrirse la cara y ella vió detrás de las facciones del hombre al que quería el espeso y pegajoso alquitrán. Toda ella se llenó de rabia e impotencia. Recordó cómo Mateo la miró esa mañana y pensó que este nunca dejaría de querer mirarle los pechos. Mientras él aclaraba – Cris…, Cristina no he querido imponerte nada, no quiero utilizarte ni como objeto sexual ni de nada. Cristina no te lo voy a comprar porque sé perfectamente que no te encuentras cómoda con prendas tan atrevidas. Lo que te compre será a tu gusto, lo que tú quieras. – Ella como si no hubiese escuchado nada se cruzó de brazos mostrando sin pudor su enfado y Mateo continuaba explicándose – te vuelvo a repetir que sé muy bien que era demasiado atrevido para ti y porque no lo quieres no te lo compro. Lo siento Cris… – El semáforo se puso en verde y continuó la marcha.
– Cristina lo siento, no te enfades. – Ella le miraba de reojo mientras salían de la zona alquitranada.
Llegaron al centro comercial y se fueron para la sección de ropa femenina. Él le sugirió que se llevara tres mudas más, que escogiera lo que quisiera sin preocuparse por el precio. Ella insistía en que solo necesitaba el pijama. Mateo dijo que eso sería una cuarta muda. Compraron: dos camisas blancas de botones, dos pantalones de alta costura, un jersey rojo, más lencería de alta gama lo menos insinuante que había en el establecimiento. Un precioso pijama blanco con un estampado de rosas y un traje de chaqueta fue lo último que escogió. Cristina se lo probó todo excepto la ropa interior, no sabemos si por higiene o por vergüenza. Ya lanzada hasta se compro unas chanclas para estar en casa. Ella no daba crédito con lo que le estaba ocurriendo; lo contenta, lo eufórica que estaba con todo lo que había comprado. Y entonces comprendió porque las mujeres humanas sentían esa gran atracción, esa debilidad por las compras. El camino de vuelta lo hicieron por otro sitio para evitar el alquitranado. Mateo amablemente se ofreció para llevar las compras. Al llegar a casa soltó las bolsas en la cama de la ginoide y ésta presurosamente le indicó – yo me encargo de ordenar todo esto, tu salte.
– No te voy a morder.
– Anda, lárgate. – Luego salió con sus chanclas nuevas al salón donde él la esperaba, no sin antes haber dispuesto todo la ropa comprada en el ropero. Su chico le propuso – ¿ponemos música?
– Vale. – Empezó a sonar música de Macaco de la muy querida y cuidada colección de CDs que tenía de su padre.
Espontáneamente se pusieron a bailar, parecía que duraba todavía el efecto catártico del centro comercial. Y continuaron bailando todos los temas del disco. Y perdiendo la noción del tiempo se asombraron de que la música se terminó. Mateo no paraba de tener iniciativas para animarla – ¿vamos a dar una vuelta?
– ¿A pasear?
– Sí, y si se tercia vamos a un bar y nos tomamos algo, bueno me tomo algo, que tengo la boca seca.
– Mateo aunque hay poca legislación sobre androides en muchos bares no se nos deja entrar.
– ¿Y yo no voy a poder entrar en un bar con mi androide? perdón ginoide.
– Podemos quedarnos aquí.
– Adónde podríamos ir.
– A pasear. Aparte de hacer compras, a otro sitio no puedo. Pero esto ya lo hemos hecho, así que lo que nos queda es pasear.
– ¡Cuantas cosas me voy a perder! – dijo medio sarcásticamente Mateo y añadió entre dientes – como si no tuviera suficiente con…
– Mateo yo estoy diseñada como acompañante para ciertos momentos, pero esas otras cosas tendrás que hacerla tú solo.
– ¿El qué? – gruñó Mateo extrañado.
– Ir a tomar algo, o ir al cine, o…
– Creí que te referías a "lo otro" – saltó en plan jocoso.
– ¿A qué? – con sequedad preguntó ella.
– Al…, Bueno, al tema Sexual, se… – él se descomponía en estos lodos.
– ¡Mateo! no sigas con eso por favor, ya sabes que yo no sé del tema sexual…
– Pues…
– ¡¿Pues qué?! ¡¿Pues qué?! ¡¿Eh?! – gritó enfadada Cristina pensando que le iba a pedir una relación sexual.
– Pues informarte, podría informarte de lo que sé.
– Ah…, ah, lo siento. Bueno, y en realidad lo sexual… ¿es tan importante?
– Mira, yo soy una persona de carne y hueso, y todos los que lo somos de carne y hueso necesitamos de esto; incluso las mujeres…
– ¿Qué me quieres decir? ¿Que lo llevas en las venas?
– Es que los que estamos hecho de carne y hueso somos animales...
– Desde luego eres un animal. – le interrumpió ella sarcásticamente.
– Porque sin sexo la sociedad humana simple y llanamente no existiría. ¿O es que no sabes cómo nos reproducimos? – replicó él medio en broma medio cabreado.
– ¡¿ah sí?! ¡Pues si es así entonces sal tú solo, te vas a un bar y te buscas una humana para satisfacer esos, tus instintos animales!
– ¡¿qué dices?! Si yo solo te quiero a ti.
– Pe…, pe…, pero no comprendes que yo no…
– Por eso yo… Bueno… – quiso continuar el hombre mas no pudo terminar la idea. Se entristecía por momentos.
– Mateo tienes dos…, dos opciones: o te buscas a una mujer de carne y hueso o…, ¡¡mierda Mateo…!! – la ginoide quería ser racional pero notaba que ésta lógica le perjudicaba.
– ¿Qué?
– Mateo…, bueno…, como te lo diría, yo, como bien sabes, soy un sistema funcional con sentimientos. Puedo ser: secretaria, relaciones públicas, cocinera, ama de casa… Así que como comprenderás no soy un objeto sexual por lo que te ruego no me conviertas en eso, yo…
– A mí lo que atrae de ti es tu manera de ser, tu personalidad – le expresó esto con toda la ternura del mundo y le fue a dar un abrazo. Ella le esquivó. Él insistía en su argumentación, pero claudicó – lo…, bueno, no debería haberte preguntado…
– Mateo sentémonos. – Cristina quitaba tensión para explicarle mejor lo que quería comunicarle. Así lo hicieron. – Mateo una de mis interfaces de bus baja por mi cuerpo hasta una terminal inacabada, un zócalo en una bóveda, no sé de qué se trata, pero por donde está solo puede tratarse de una cosa. – explicó tapándose la zona genital (la supuesta bóveda) con las manos. Él le preguntó con una turbulenta curiosidad – ¿una bóveda? ¿Cómo un puerto de un ordenador?
– Sí, sí, algo parecido – contestó ella. Él se acercó, le miró abiertamente, casi descaradamente, las entrepiernas y se atrevió a preguntar – ¿lo tienes ahí?
– ¡Mateo échate para allá! ¡Y no me mires ahí o te abofeteo! – Él le obedeció como de costumbre y como de costumbre le halagó – eres perfecta cariño – y la besó en el pelo. Ella sonrió anonadada y dijo – parece que lo que te he dicho es lo único que necesitabas para poder decirme eso.
– Lo siento cariño no era eso. Un estudio de Software y Hardware dura al menos un año y será en el extranjero donde saldrá primero el periférico que falta por lo que llegará aquí en al menos otro año más. Eso sí se estudio no se ha empezado aún así hasta que pase un año o dos no tendremos que preocuparnos por este asunto. Si te parece podemos tener "una relación normal" hasta entonces – dijo Mateo.
– Mateo…, esto…, esto me produce, creo que se puede decir así, vergüenza. En verdad quieres… Es que no se si quieres tener una relación de pareja o una relación sexual.
– Cris…, no te lo tomes tan a pecho. Vamos a tener una relación de pareja "normal" durante dos años o así. Tú me conocerás bien y yo a ti. Cuando lleguen noticias a la empresa sobre el…, digamos como palabra comodín, "periférico", tratamos el tema seriamente…
– tú quieres las dos cosas ¿no?
– porque soy de carne y hueso no porque me importe más tu cuerpo que tu alma – dijo Mateo acariciando la cara de la ginoide.
– Mateo… ¿de verdad piensas que tengo alma?
– Cris si no la tienes sí lo parece – dijo él mirándola a los ojos. Ella estaba liada. Por un lado en Mateo estaba la persistencia del tema sexual y por otro le había medio dicho que ella, una maquina, tenía alma. Su hombre la besó en la boca y se quedó anonadada, como si no supiera adonde ir ni adonde mirar.
Salieron a pasear por el barrio, él le cogió de la mano todo el tiempo. Cuando volvieron ella ya estaba menos avergonzada. Él cenó y después puso música romántica. Ella se fue a la cama, no quería dejarse llevar por la atmosfera romántica que había creado y ser mirada (como por la mañana). O peor, ser tocada en algún sitio indebido. Mateo se quedó pensando y al cabo de unos instantes tuvo el imperioso, y culposo, deseo de entrar en el cuarto de Cristina para ver si dormía en pijama o en fina lencería. Pero todo se quedó en un impulso. Él no contempló como ella dormía con un pijama que se ajustaba a sus voluptuosas curvas insinuando deseo en el roce de la lencería en su piel. Ni imaginar quería, aunque ya se sabe que la prohibición aumenta el deseo. La ginoide escuchaba las canciones desde su cuarto, que desde luego eran muy tiernas y nada carnales. Pero ella seguía teniendo dudas: cómo un hombre tan tierno podía ser tan cerdo como había demostrado mirándola de esa manera; por qué quiso comprarle un vestido tan escotado, por qué esa insistía en el terreno sexual. Por otro lado ella había sido diseñada para servir ser relaciones públicas y secretaria, y pasar las noches sentada o de pié, y en cambio había recibido un cuarto para ella sola, una cama donde reposar cuando quisiera, un horario con mucho tiempo libre, ropa, calzado y con bastantes mudas todo precioso, llaves de su casa en un llavero con una muñeca también lindísima y sobre todo un enorme cariño y un amor que le decía que ella tenía alma, una ginoide como ella. Lo que era de explicar tan difícil como la creación del universo.
Entonces pensó que lo único que fallaba es que él tenía ese deseo hacia ella, entonces empezó a llorisquear y sintió un olor que le pareció putrefacto, pero fue solo un momento y se sentía demasiado desnuda en pijama para salir a preguntarle a Mateo, luego se durmió y el más tarde, al otro día Mateo se levanto temprano y toco en la puerta de la habitación de Cristina, la que había soñado con que los dos dormían desnudos juntos abrasados en una cama para los dos, pero que ella no tenía nada entre las piernas y lo que tuviera o dejara de tener él no le importaba, después sintió la voz de Mateo mientras se despertaba, estaba llamándola entonces dijo Cristina – voy Mateo, espera un momento.
– Hoy vamos a El Parc de Montjuïc, te gustará.
– Vale, dame un momento.
– Voy a bajar al bar a desayunar luego salimos por mis bocatas.
– ¿Bocatas? ¿Qué vamos de picnic?
– Sí, a El Parc de Montjuïc, es tremendo de grande y muy bonito.
– ¡Ah!, ¿tendrías una manopla o un trapo?
– ¿Qué? Si tú no sudas…
– Es para quitarme el polvo, porque con el sudor de tus manos en mi cara se me queda pegado, y ahora me toca limpiarme.
– Están en el cuarto de baño, en el cajón de arriba del mueble del lavabo. Es para ducharte ¿no?
– No, solo enjuagarme.
– ¿Traigo la toalla?
– No, ve a por los bocatas. Yo estaré aquí limpiándome, no te preocupes.
– Vale. – Entonces se fue a desayunar y por los bocatas mientras ella se metía en el cuarto de baño en pijama, se desnudaba y con la manopla ligeramente humedecida se dio por todo el cuerpo. En la cara puso sumo cuidado, como en los pies, ambas zonas cobraban un valor especial en cuanto tenían un valor añadido de feminidad. Después de secarse y se envolvió el cuerpo en una toalla que le tapaba lo imprescindible sus púdicas partes si darse cuente de la provocación que sería esto. Colocó el pijama en su sitio, se puso ropa interior de fina lencería, repitió la falda y la camisa del día anterior, y finalmente se calzó las botas de cuero. Comprobó que aún estaban las llaves de la casa en el bolsillo. Estaban allí y espero en el salón a que Mateo llegara mientras se cargaba la batería.
Cuando regresó Mateo preparo un macuto con latas de refresco y bocatas que había comprado. Partieron a El Parc de Montjuïc. Cristina estaba impresionada de lo bello y grandioso de todo aquello. Mateo le llevó a un lugar con una espectacular zona de césped y a una aún más espectacular vista de la ciudad. Allí extendieron la manta y él se puso a comer. Ella estaba en cantada con tanta naturaleza que había a su alrededor. Le encantaba el trinar de los pájaros, las gamas de colores, el olor de lo verde, casi se diría que respiraba naturaleza en estado puro… En este estado de embriaguez estaba Cristina cuando espontáneamente se asinceró expresando que para ella había sido maravilloso todo lo que estaba viviendo con él menos…, menos la "miradita" del día anterior, aunque ella sabía que tendría que acabar pasando por alto de este incidente. Él reiteró sus disculpas. Ella le pregunto impetuosa y ávidamente – ¿sabes mucho de sexualidad?
– ¿Qué…? ¿Qué quieres saber de sexualidad?
– ¿Lo has probado? – preguntaba sin oír la extrañeza de Mateo.
– No, si te refieres a la cópula sexual. En este terreno solo he dado un par de besos antes de conocerte.
– ¿A quién?...
Y así estuvieron hablando sobre los amores de Mateo durante largo rato hasta que ella dijo que le quedaba la batería justa para llegar a casa y poco más. Y así hicieron. Se fueron a casa, ella entró rápido para cargar la batería para no quedarse suspendida. Esta vez no trataron el tema sexual si no que estuvieron charlando sobre las impresiones del día. Cristina le enumeraba con metodología científica las características de cada una de las criaturas que habían visto, de lo que significaba y lo que ella entendía de cada una de ellas. Mateo sonriente con sus comentarios e interpretaciones, le animaba a visitar con él otros sitios que conocía con más animales y plantas aún. Le contó que de pequeño iba a una casa de campo familiar en la montaña y que le gustaría mucho llevarla allí algún día no lejano. El lunes estuvieron todo el día, porque era festivo, entusiasmados y ensimismados manejando el compacto y como era costumbre en él se duchó por la tarde para ir al trabajo el día siguiente que desafortunadamente era martes de trabajo. Cocinaron juntos, como era ya también costumbre, y Mateo comió solo, como ya era habitual. Se acostaron temprano. Él casi, y sin casi, estaba triste por tener que ir al trabajo. Ella en verdad que se lo estaba pasando estupendamente aunque aún le tenía recelos a Mateo por lo que había pasado el sábado, lo que tuvo que soportar con esa "miradita", pero le tranquilizaba saber que tenía todas las mañanas que quisiera para informarse por Internet de esos instintos humanos en las páginas de sexualidad. Al día siguiente despertó a Mateo a la misma hora de siempre y se calló sus deseos de informarse. Cuando se fue Mateo se puso a buscar los datos en la Red. En poco tiempo se dio cuenta de que la habían programado conforme a una mentalidad antigua y muy reservada donde la mujer tenía a toda costa que preservar la virginidad, llamémosle de una moralidad estranguladora e inquisitorial. Entre otras muchas cosas se sintió como si le hubieran podado su alma. Su programación definía con objetos, variables y punteros todos o casi todos los inhibidores neuronales pero no definía feromonas. Amaba los besos de Mateo pero no los deseaba. Y ahí estaba el problema: que ella no deseaba a Mateo. Y aunque era verdad que él se había pasado, realmente tarde o temprano tendría que suceder, para Mateo, y para ella. Y para que esto no fuera abominable, traumático ella tendría que acceder al deseo.
Cristina pensó que solo había un remedio y era no hacer nada, dejar que el tiempo lo decidiera. Y así pasó otra semana: él pensando en ella y ella sintiéndose, sin saber muy bien por qué, que no era tan mujer como él hubiese querido. Ella era su amor y su musa, "su ternura", y ella no sabía si los programadores que habían diseñado su personalidad eran unos patanes o él, el hombre de su vida, era un cerdo. Pero ella le seguiría queriendo aun así. Además él seguía siendo extremadamente cariñoso con ella y no se había vuelto a repetir "la mirada" a ningún lugar inapropiado. El fin de semana de nuevo hicieron las compras, pasearon por el barrio y a El Parc de Montjuïc, esta vez al Jardín de Joan Brossa que era aun parte del parque más natural y bello y, se echaron en el césped a hablar distendidamente. Por la tarde, en casa, también estuvieron bailando con la música romántica que tanto le gustaba poner a Mateo. Estaba claro que ambos se querían pero aún quedaba que él la llamase "cariño". Ésta palabra ella la relacionaba con la de "ternura", palabra con la que la página web de sexualidad que había escaneado definía como el puente entre amor y sexo.